Don
Piní
Cristino Maldonado Muriel
Un Baluarte del Cuatro Puertorriqueño
por: Antonio Dávila López
Agosto 1978
Revista del Instituto del Cuatro Puertorriqueño
Don Cristino Maldonado Muriel, mejor conocido por
sus amigos y en el ámbito musical puertorriqueño
como DON PINÍ, es uno de los cuatristas isleños
más destacados y fecundo compositor de varios
géneros musicales. Nació en el antiguo
barrio Yeguada de Vega Baja el 5 de diciembre de 1893.
Su padre fue un pequeño comerciante y su mamá
se dedicó al oficio de comadrona.
Su interés por la música despertó
cuando apenas tenía cinco o seis años
de edad. Siendo un niño pobre y a la vez tímido
no puso encauzar sus inquietudes musicales hasta que
un tío suyo fabricó y le regaló
un pequeño cuatro. Así tuvo su primer
instrumento. Pero su padre era duro e inflexible y
no le permitió perder el tiempo
tocando cuatro mientras había otras tareas
que realizar en el negocio. No empece la oposición
paternal, el niño persistió en sus idea
de ser cuatrista, ya que por su extrema pobreza no
podía aspirar a aprender solfeo y teoría
musical con un maestro pagado.
A los ocho años quedó huérfano
de madre y Cristino se hizo cargo de una numerosa
familia, pues a la sazón su padre mudó
para Utuado y los dejó solos. Trabajó
por salarios de hambre en los cañaverales y
en otros trabajos humildes cuyos emolumentos no cubrían
los gastos de la familia. No obstante seguía
pulsando el cuatro, adueñándose del
instrumento y desarrollando técnicas de ejecución
muy peculiares. A los quince años comenzó
a amenizar bailes utilizando un cuatro que le regaló
otro cuatrista de la época llamado Olimpio
Hernández. Su virtuosismo llegó al extremo
de que al ejecutar una pieza musical llevaba la melodía
y la armonía simultáneamente y no necesitaba
otro acompañamiento. Tal parecía que
había un grupo de músicos en función.
Sobre este aspecto nos relató don Piní
que en una ocasión lo contrataron para tocar
un baile y los demás músicos no aparecieron.
Él y su cuatro fueron suficientes para no malograr
la actividad.
Corrieron los años y Cristino se casó
con una joven de Barceloneta. De esta unión
se procrearon cinco hijos, tres de los cuales murieron,
quedando dos que luego se convierten en buenos guitarristas
populares. Desavenencias matrimoniales le llevaron
a la separación de su esposa y decidió
ir a probar fortuna a Utuado, donde su padre aún
vivía y operaba un pequeño negocio.
ya en este pueblo alternó la música
con otros trabajos temporeros hasta que decidió
establecer su propio negocio, el cual atendía
durante las horas del día y cerraba por las
noches para amenizar bailes y otras actividades sociales
por la noche. Su arte paseó de este modo por
todos los pueblos limítrofes.
Tras varios intentos matrimoniales que desembocaron
en divorcio, allá para el año 1936 contrajo
nupcias con su actual esposa, Urania Sigurani de Maldonado.
De ésta unión advinieron siete hijos,
los cuales han seguido distintas carreras en sus estudios
y profesiones.
La fecundidad de don Piní se manifestó
con el cultivo de variados géneros musicales.
Produjo valses, danzas, boleros, mazurcas, corridos,
huapangos, joropos, rumbas, guarachas; en fin recorrió
felizmente toda la gama de música popular.
No conforme con la música de corte popular,
hizo incursiones en la creación seria al crear
varias composiciones para el cuatro. De éstos
recordamos uno titulado Fantasía en Rosa.
Aumentó el acervo musical puertorriqueño
con danzas como A Utuado Todo mi Amor,
Retorno al Viví, Sonora Utuadeña,
Aires del Viví, Recuerdos
de Lares; valses como Mis Amigos,
Soñé Tenerte Aquí,
Desesperación; los boleros: Por
Tus Ojos, Mirar Oculto, Pensando
en tu Amor. Cultivó la música
típica puertorriqueña dándonos
varios aguinaldos, villancicos, seis chorreaos, siendo
el más generalizado el canto navideño
De Lejanas Tierras.
Podemos notar como don Piní, en su inmenso
amor y agradecimiento por el pueblo de Utuado, del
cuál se hizo hijo adoptivo, intentó
devolver las gentilezas y la acogida de que fue objeto
n este municipio idealizando el nombre de Utuado en
muchas de sus composiciones.
No sólo es don Piní un gran músico
y prolífico compositor, sino que convirtió
en mecenas de muchos artistas, que gracias a sus respaldo
moral y económicos se han destacado en el campo
de la música. Sus locales comerciales que siempre
tuvieron nombres como El Lucerito del Alba
y El Hogar Artístico fueron veneros
donde saciaron su hambre física e inquietudes
musicales docenas de artistas visitantes y del patio.
Allí particularmente, recibieron el primer
espaldarazo para sus respectivas carreras Manuel Cayol
y Moisés Rodríguez, ambos virtuosos
de la guitarra.
A don Piní le inquietaban otras cosas , tal
vez aguijoneado por el recuerdo de sus limitaciones
juveniles. En sus labios siempre había un buen
consejo o una frase salomónica. Se preocupó
por el bienestar de los niños, ancianos y sobre
todo por aquellos de las estratas menos favorecidas.
La primera mención, por mi escuchada, sobre
la idea de la Semana de la Tierra, provino de su iniciativa
en una lluviosa tarde utuadeña. Tengo el vago
recuerdo de que transmitió su idea a las altas
esferas del gobierno y al correr de los años,
sin que se mencionara su nombre, surgió mediante
proclama la Semana de la Tierra, la cual ha perdurado
hasta nuestros días.
Lo maravilloso de todo este quehacer es que el trasfondo
cultural y educativo de don Piní fue muy limitado
debido a las circunstancias prevalecientes durante
sus años de formación. He ahí
el mérito de su obra, la cual debe servir de
ejemplo estímulo a las generaciones presentes.
En la actualidad don Piní reside en Nueva York,
junto a sus esposa y algunos de sus hijos. Allí
inmerso en ese ambiente inhóspito de desarraigo
en todos los sentidos, van transcurriendo sus últimos
días. Allí añora este valor nuestro
el calor de su isla, la relación con sus amigos,
y par colmo de su quebrantamiento emocional, olvidado
y casi desconocido sus dedos y su alma se anquilosan
alejado de su más grande amor: el cuatro puertorriqueño
que tantas satisfacciones le produjo durante su vida
productiva.